Mar de Fuego by Chufo Llorens

Mar de Fuego by Chufo Llorens

autor:Chufo Llorens [Llorens, Chufo]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela Histórica
ISBN: 9788425345609
editor: www.papyrefb2.net
publicado: 2011-03-24T23:00:00+00:00


Capítulo 60. El intento

Las dos personas que iban a reunirse en una de las salas de palacio tenían un interés común, aunque los sentimientos que ese interés les inspiraban eran de índole contraria. Berenguer, por un lado, había decidido satisfacer la pasión que despertaba en él la más joven dama de su madre, y, a ese fin, había prestado atención a los chismes y buscado entre las otras damas una posible aliada. Adelais de Cabrera, por su parte, vivía con intensa envidia el favor del que una plebeya como Marta gozaba entre la gente de palacio y, sobre todo, ante el apuesto joven de Cardona. En la cabeza de Adelais no cabía el hecho de que la condesa hubiera admitido en el séquito de damas de palacio a una plebeya, que además se mostraba descarada e insolente. Los continuos enfrentamientos de ambas muchachas habían llegado a los oídos de Berenguer, y éste, creyendo que podía sacar partido de tal circunstancia, no solamente no cerró sus oídos a la maledicencia sino que, en cuantas ocasiones le vino a mano, la fomentó procurando dejar caer arteramente cuantos comentarios, caso de llegar a oídos de la dama, coadyuvaran a creer que él estaba de su lado y a avivar el conflicto.

Adelais había acudido a la sala de música transida de emoción. Berenguer, uno de los gemelos de la condesa, le había hecho llegar recado para citarla allí después del ágape del mediodía. Mil escenarios pasaron por su cabeza, desde un repentino interés del hijo de los condes por su persona, hasta cualquier cosa que ella pudiera conseguir en su beneficio. Ambas le interesaban. Sabía del apetito insaciable del heredero hacia las mujeres y estaba dispuesta a cumplir cualquier papel que quisiera asignarle, ya fuera de amante fija, pasando por concubina circunstancial y llegado el caso, hasta ejercer de alcahueta. La cuestión era ganarse su favor.

Se vistió para la ocasión con su mejor traje. Adamascado, con mangas hasta las muñecas, con un corpiño amarillo cuyo festoneado escote resaltaba sus exuberantes senos y hacía juego con el cíngulo de su cintura y con la diadema que sujetaba su negra melena; las sayas eran amplias y del mismo color, aunque de un tono más subido.

Cuando llamó quedamente en la puerta del salón, su corazón galopaba desbocado. La inconfundible voz de Berenguer le dio la venia. El hijo del conde, que aguardaba sentado en un escabel junto a la chimenea, jugando con el soplillo, nada más verla entrar, se puso en pie y llegándose hasta ella, le besó la mano obsequiosamente. Adelais creyó desfallecer.

—Sed bienvenida: como noble y como hombre, agradezco que hayáis atendido mi mensaje.

Por el momento Adelais ni se atrevió responder. Berenguer cerró la puerta y la invitó a sentarse junto a él, en el sillón de la chimenea. La muchacha creyó que le daba un pasmo.

Una vez acomodados, se atrevió a responder.

—Señor, vuestros deseos, de cualquier índole, para mí son órdenes.

Berenguer estaba tan encaprichado con Marta, que, al igual que hacía muchos días que



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